La biografía autorizada sobre el Dr. Ricardo Alegría fue escrita por la Dra. Carmen Dolores Hernández, autora del libro RICARDO ALEGRÍA UNA VIDA (2002). En la misma se recoge su nacimiento, familia, niñez, adolescencia, estudios, profesión, obras relevantes, características de su personalidad y su legado. Con motivo de la celebración de la Jornada Centenaria de Ricardo E. Alegría Gallardo (1921-2021), Hernández redactó una breve biografía basada en su libro para presentarse en esta sección. El escrito se subdivide en ocho períodos de la vida del Dr. Alegría. Estos son: La fuerza del destino, Los estudios de antropología, Inicios de su carrera,
El Instituto de Cultura Puertorriqueña, Después del Instituto, El Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, El Museo de Las Américas y Los últimos años. Además, se presentan los Honores y Premios que se le otorgaron, actualizándolos hasta el 2011.

El destino pareció unir el futuro de Ricardo Alegría al de su Isla desde muy temprano en la vida. Nacido en San Juan en 1921, fue testigo -desde el balcón de su casa frente a la Plaza Colón- del trajín bullicioso de la pequeña capital antillana. José S. Alegría, su padre -abogado, escritor, editor, periodista y representante a la Cámara de 1936 a 1940- lo introdujo al mundo de la cultura. Su madre, Celeste Gallardo, cuya familia poseía tierras en Loíza, propició su encuentro con los restos dispersos de las culturas indígenas cuyas huellas más notables había borrado el tiempo.

De pequeño, Alegría se colaba en el Teatro Municipal, que quedaba frente a su casa, para asistir, desde el gallinero, a las obras de teatro y las zarzuelas que traían a la Isla diversas compañías itinerantes. En el bufete de su padre conoció a gente prominente del país -el millonario Eduardo Georgetti era su cliente– y a figuras políticas señeras como don Pedro Albizu Campos, gran amigo y correligionario de don Pepe Alegría, ya que ambos militaban en el Partido Nacionalista. Cuando iba a la finca de su abuela, regresaba con la cabeza llena de los cuentos de los esclavos que le hacía su tía Elisita y con los bolsillos repletos de piedrecitas con inscripciones indígenas, que encontraba en aquel campo. Las colocaba en un gran librero con cristales -como los que usaban los abogados entonces- diciendo que ese era su “museo”. Si es cierto aquello de que el niño prefigura al hombre, en esa niñez se prefiguraba ya la vocación antropológica de don Ricardo Alegría.

 Aunque no se distinguió académicamente en la UPR, el joven se destacó de maneras inusuales: no solo se interesó por las colecciones arqueológicas e históricas de su profesor, don Rafael W. Ramírez de Arellano, que iniciaba con ellas un pequeño museo, sino que fundó una revista de proyección regional caribeña, “Caribe”, en la que colaboraron figuras importantes del país como el gobernador Tugwell, el entonces senador Luis Muñoz Marín y Tomás Blanco, un intelectual prominente. En esos años fundó también la fraternidad Alpha Beta Chi, que defendía la igualdad racial y social, oponiéndose al elitismo de las fraternidades establecidas. Formó, además, un grupo para hacer excavaciones arqueológicas.

El sesgo de sus intereses apuntaba hacia una disciplina profesional que estaba entonces en auge, especialmente en la Universidad de Chicago, adonde se dirigió para sus estudios graduados. Allí tuvo profesores eminentes como Robert Redfield, Sol Tax, Robert Braidwood y Fay-Cooper Cole. También asistió a las clases que sobre la cultura negra ofrecía Melville Herskovits en la vecina Universidad de Northwestern.

El joven puertorriqueño hizo excavaciones arqueológicas, entró en contacto con una tribu indígena y estudió museología, obteniendo un certificado del Field Museum of Natural History. Gracias a una encomienda de la UPR, visitó varios museos estadounidenses con el propósito de identificar las piezas arqueológicas de procedencia puertorriqueña que se encontraban en ellos. Sus experiencias lo familiarizaron con las técnicas de exhibición y catalogación que serían instrumentales para el trabajo que iniciaría al regresar. En ese viaje conoció personalmente a Irving Rouse, el profesor de Yale, estudioso de los indígenas antillanos, con quien Alegría colaboraría años después.

El joven Alegría regresó a Puerto Rico con una Maestría en Antropología (el primer puertorriqueño en entrenarse profesionalmente en la materia). Tenía ya un nombramiento como profesor en la UPR y otro de director auxiliar del naciente Museo de Historia, Antropología y Arte de la institución, fundado por su profesor, don Rafael Ramírez de Arellano. En 1947 se casó con Carmen Ana (Mela) Pons, historiadora de arte, quien luego fue su mano derecha en el diseño de muchas exposiciones que organizaría durante su vida. El matrimonio tuvo dos hijos: Ricardo, abogado, y José Francisco (QEPD, antropólogo como su padre.

Director en propiedad del Museo de la UPR desde 1949, Alegría dedicó grandes esfuerzos a ampliar y divulgar su colección, estableciendo un sistema de préstamos, intercambios y donativos muy exitoso gracias a los contactos que había hecho en Estados Unidos. Aumentó los haberes arqueológicos de la institución al fundar el Centro de Investigaciones Arqueológicas que hacía excavaciones por la Isla. Su meta era “demostrar la existencia de una tradición cultural puertorriqueña”.

Bajo su dirección, el museo organizaba exposiciones -algunas innovadoras, como la de santos en 1947 y la de arte africano en 1949- y se mantenía en contacto continuo con otras instituciones museológicas de Estados Unidos, las Antillas y Latinoamérica. Durante esos años Alegría hizo algunos de sus hallazgos arqueológicos más importantes en el área de Loíza. En la cueva María la Cruz encontró la primera evidencia de la cultura pre-agrícola y pre-cerámica de los pobladores más antiguos de la Isla y, cerca, la primera manifestación de la presencia de los indios aruacos y su cultura agroalfarera. Abarcó también en sus estudios la cultura negra en Puerto Rico, dirigiendo en 1949 la película documental (la primera de ese tipo en hacerse en colores en la Isla) “La fiesta de Santiago Apóstol en Loíza Aldea”.

En 1955 Luis Muñoz Marín había consolidado su prestigio como primer gobernador electo de Puerto Rico. El país se industrializaba a pasos agigantados y el gobierno implantaba una política diseñada para erradicar los niveles abismales de pobreza, atraso e ignorancia existentes en el país. A Muñoz le preocupaba, sin embargo, el aspecto cultural. A mediados de ese año se presentó un proyecto de ley cuyo propósito era crear un Instituto de Cultura para “conservar, promover, enriquecer y divulgar los valores culturales del pueblo de Puerto Rico”.
El 21 de junio se firmó la ley 89, que creó la institución. La primera junta de directores nombró -y el gobernador aprobó- a Ricardo Alegría, que ya había obtenido un doctorado en Harvard, como director ejecutivo.
Una semana después del nombramiento, Alegría sometió un plan -con estimado de gastos- para los primeros 18 meses del nuevo organismo. Cubría áreas culturales básicas, algunas tradicionalmente prestigiosas como la historia, las artes plásticas, la literatura, la música y el teatro. La inclusión de la antropología y el folklore sorprendió por no considerarse entonces merecedoras del mismo aprecio. Alegría tenía una visión amplia e innovadora de lo que es la cultura de un pueblo, que incluye también la música y las artes populares, así como el folklore y las artesanías. Señaló asimismo el valor del patrimonio edificado (es decir, el legado de monumentos y edificios importantes) y de la tradición. Para él la cultura abarcaba “desde las más populares y sencillas expresiones folklóricas hasta sus más depuradas y sofisticadas manifestaciones”. Era una posición revolucionaria en aquel momento. También lo era su inclusión de lo negro y lo indígena en el concepto de lo puertorriqueño. El sello del Instituto de Cultura, ideado por Alegría y ejecutado por Lorenzo Homar, representa a las tres razas que conforman nuestro pueblo: la indígena, la española y la negra.

Los trabajos empezaron enseguida. Se nombraron comisiones asesoras para los diferentes programas: monumentos históricos; museos y parques; conmemoración de personas y hechos históricos; artes populares y artesanías; artes plásticas (con talleres de artes gráficas, escultura, tejido, metalistería, mosaico y vitrales además de certámenes y exposiciones); música (incluía la recuperación de instrumentos como el cuatro y grabaciones); teatro (se estableció un Festival de Teatro); publicaciones; baile; becas y el establecimiento de centros culturales en los pueblos. Durante los 18 años en que Ricardo Alegría dirigió el Instituto, este llevó a cabo una labor titánica. Uno de los logros más visibles fue la restauración de los monumentos y edificios históricos de la ciudad de San Juan y la revitalización de su elegante aspecto colonial.

Tras renunciar al puesto en 1973, Alegría ocupó brevemente la dirección de la Oficina de Asuntos Culturales, cuyo propósito era coordinar todas las iniciativas y actividades gubernamentales relacionadas con la cultura, la educación y la historia. El cargo lo convirtió en miembro del gabinete del gobernador Rafael Hernández Colón. Tres años después renunció, frustrado por las trabas burocráticas que obstaculizaban su acción.

Habiendo dejado atrás su larga carrera como funcionario gubernamental, don Ricardo Alegría se dedicó a desarrollar varias iniciativas culturales, entre ellas la creación de dos instituciones de las que fue rector y/o director durante varios años: el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe y el Museo de las Américas.

También fue instrumental en el establecimiento de otras dos que han contribuido y siguen contribuyendo al desarrollo cultural y artístico del país: la Escuela de Artes Plásticas y la Fundación Puertorriqueña de las Humanidades.

La primera se estableció en 1966, cuando Alegría era aún director ejecutivo del ICP. Obedeció a su preocupación, largamente sustentada, por la educación de los artistas. Con la ayuda financiera del Departamento de Educación, cuyo secretario era entonces el Dr. Ramón Mellado Parsons, Alegría fundó la Escuela en un almacén que se encontraba detrás del Archivo y Biblioteca General en Puerta de Tierra. Su primer director fue el Dr. José Oliver, el subdirector fue Luis Hernández Cruz, ambos artistas reconocidos.
La Escuela ofrecía, entre otros, cursos de fotografía, grabado, dibujo, cerámica, escultura, pintura y diseño. Entre los primeros profesores de la institución estuvieron Francisco Vázquez (Compostela), Tomás Batista, Carlos Marichal, Arturo Dávila y Myrna Báez.  

En 1977 el Dr. Arturo Morales Carrión, a la sazón presidente de la Universidad de Puerto Rico, estableció en Puerto Rico la Fundación Puertorriqueña de las Humanidades a instancias de la National Endowment for the Humanities. Alegría figuró prominentemente en el grupo que apoyó la creación de la entidad y le cedió a esta un espacio en Casa Blanca.

En 1977 don Ricardo Alegría cumplió un viejo sueño que databa de sus tiempos de estudiante, cuando en la revista “Caribe”, que había fundado en la UPR, proponía el establecimiento de una institución educativa dedicada a la enseñanza de lo puertorriqueño y lo antillano. Combinó para ello dos instituciones ya existentes: el Programa de Estudios Puertorriqueños que había establecido en el Instituto de Cultura y un Centro de Estudios Avanzados creado por Luis Muñoz Marín para -a la manera del de Princeton- traer a la Isla grandes mentes que reflexionaran sobre los problemas mundiales. La muerte de Robert Oppenheimer en 1967, quien hubiera dirigido el Centro, frustró el proyecto, que quedó inactivo.

Diez años después, Alegría lo rescató y reorientó hacia los estudios puertorriqueños y antillanos, convirtiéndolo en una institución capaz de otorgar grados de maestría y doctorado. El Consejo de Educación Superior nombró a una Junta de Síndicos que a su vez nombró a Alegría como rector de la nueva institución. Este acometió la empresa con entusiasmo. Su primera sede fue un anexo de Casa Blanca en donde hizo salones de clases y de conferencias, oficinas administrativas y estableció una biblioteca especializada en literatura e historia, ciencias políticas, sociología, antropología, folklore y arqueología de Puerto Rico y el Caribe. En 1987 el Centro de Estudios Avanzados se mudó a su nueva sede en el Seminario Conciliar San Ildefonso, que había sido restaurado bajo la dirección del mismo Alegría.

Un aspecto clave en la enseñanza del Centro ha sido crear una comunidad científica en torno a la cultura antillana, especialmente la puertorriqueña. Su facultad incluye estudiosos puertorriqueños y extranjeros de primer orden. Tiene un programa de publicaciones y es sede de exposiciones sobre temas antillanos.

“Yo he soñado con un museo así desde que trabajé como director del Museo de la UPR. Es uno de esos sueños que nunca se va”, dijo Alegría en una entrevista del 1992. Ese sueño se convirtió en realidad en el Museo de las Américas, establecido como parte de la conmemoración, ese año, del Quinto Centenario del Descubrimiento de América. Alegría propuso que la contribución puertorriqueña a la celebración fuera la restauración del cuartel de Ballajá en San Juan -el último edificio que a escala monumental construyó España en América- y el establecimiento allí del Museo de las Américas. Este ofrecería una visión abarcadora de la cultura del continente americano -norte y sur- desde Alaska hasta Tierra del Fuego, incluyendo las culturas indígenas, la herencia africana, la contribución española y los primeros siglos de la colonización.

Alegría recabó la colaboración de todos los países de Norte, Centro y Sur América, además de las Antillas.
De los objetos enviados -y de los adquiridos por el Museo en calidad de compra o donación- consiste su colección, reunida en cuatro salas de exhibiciones permanentes. Una es “El indio en América: veintidós etnias que han sobrevivido la conquista y colonización europea”, con 23 esculturas de bronce de tamaño natural que representan a las etnias sobrevivientes, obra del escultor peruano-sueco Felipe Lettersten. La exhibición, cuya museografía es espectacular, incluye objetos ilustrativos del modo de vida de esos grupos de indígenas.
“La herencia africana” reúne objetos que ilustran la cultura de los lugares de donde procedían quienes vinieron -esclavizados- a América y otros que atestiguan la subsistencia de sus costumbres, integradas a las de la sociedad puertorriqueña. “Conquista y colonización: nacimiento y evolución de la nación puertorriqueña”, narra la historia de la conquista española y los primeros años de la colonia por medio de objetos, leyendas informativas y cuadros gráficos. “Las artes populares en las Américas” exhibe arte popular y folklórico y objetos de la vida diaria del continente entero. Una sala de la exhibición se dedica enteramente a una valiosa colección de tallas de santos puertorriqueños, cedidas en calidad de préstamo permanente, mientras exista el Museo, por la familia Alegría-Pons.

El Museo cuenta también con varias salas de exhibiciones temporeras donde se han llevado a cabo cientos de muestras de arte contemporáneo no solo de puertorriqueños como Antonio Martorell, Rafael Rivera Rosa y Arnaldo Roche Rabell, sino también de hispanoamericanos como Osvaldo Guayasamín, Armando Reverón y Jesús Desangles, Muchas otras exhibiciones, como “El portafolio gráfico y la hoja liberada”, han sido de índole temática.  El Museo de La Américas es una obra obra de alcance continental y la última institución establecida y organizada por el Dr. Alegría.  Cierra con broche de oro su extraordinaria carrera como creador de instituciones culturales. 

En el 2001, a sus 80 años, Ricardo Alegría se retiró como rector del Centro de Estudios Avanzados. Siguió siendo director honorario del Museo de Las Américas, ofreciendo su consejo y orientación. Nunca se retiró de sus intereses culturales ni de sus afanes investigativos. Al morir en el año 2011 dejó 18 libros publicados (algunos para niños), más de 20 colaboraciones en obras colectivas, numerosos artículos de revistas y periódicos, un número impresionante de ensayos para catálogos de exhibiciones y para programas de teatro y la edición de 8 libros de interés histórico para el país. Fue responsable, además, de 5 libretos para ballets y de la dirección o el guion de 10 películas documentales.

La obra incansable de don Ricardo Alegría no pasó inadvertida ni en Puerto Rico ni en el extranjero, como atestigua la gran cantidad de premios y reconocimientos que recibió a lo largo de su vida. Además de varios doctorados honoríficos recibidos en la Isla y fuera de ella, se le otorgó la medalla George McAneny de la American Historic Preservation Society; el Louise du Pont Crowninshield Award del National Trust for Historic Preservation; el Charles Frankel Award de la National Foundation for the Humanities; la medalla de oro Pablo Picasso de la ONU y el reconocimieno de la Institución Smithsonian, que en 1996 organizó la conferencia “Patrimony of an Island: Conference and Homage to Ricardo Alegría” en honor de su cumpleaños número 75. Abundaron asimismo los premios latinoamericanos, como el del Centro Internacional para la Conservación del Patrimonio de la Argentina, la Orden de Andrés Bello de Venezuela, la Medalla Nacional de la Cultura de Cuba y la medalla Pablo Neruda de Chile, entre muchos otros, que incluyeron el homenaje que le hiciera en 1998 la Feria Internacional del libro de Guadalajara, en México.

Su legado principal, sin embargo, fue transformar la relación del puertorriqueño con su propia cultura, permitiéndole conocerla y apreciarla mejor. La ciudad de San Juan, restaurada gracias a sus esfuerzos, queda como testimonio vivo de su visión y de su dedicación.

Foto: Dr. Ricardo E. Alegría Gallardo (Cortesía de la Sala de Investigaciones Dr. Ricardo E. Alegría Gallardo, Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe)

Honores y Reconocimientos

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Imágenes de varios reconocimientos